Se extingue lentamente la gran polifonía
que urdió la multiforme canción de la mañana,
y escúchase en la vasta quietud del mediodía
como el jadear enorme de la fatiga humana.
Solemnidad profunda, rara melancolía.
La capital se baña de lumbre meridiana,
y un rumor de colmena colosal se diría
que flota en la fecunda serenidad urbana.
Flamear de ropa blanca sobre las azoteas;
los largos pararrayos, las altas chimeneas,
adquieren en la sombra risibles proporciones;
el sol filtra en los árboles fantásticos apuntes
y traza en las aceras siluetas de balcones
que duermen su modorra sobre los transeúntes.
Soneto
Te vi de pie, desnuda y orgullosa,
y bebiendo en tus labios el aliento,
quise turbar con infantil intento
tu inexorable majestad de diosa.
Me prosternó a tus plantas el desvío
y entre tus muslos de marmórea piedra,
entretejí con besos una hiedra
que fue subiendo al capitel sombrío.
Suspiró tu mutismo brevemente,
cuando la sed del vértigo ascendente
precipitó el final de mi delirio;
y del placer al huracán temiendo,
se doblegó tu cuerpo como un lirio
y sucumbió tu majestad gimiendo.
Morendo Nocturno
Un cintilar de estrellas en el azul del cielo
y una imponente calma de humanidad rendida,
mientras el mundo duerme bajo el nocturno velo,
como cobrando fuerzas para seguir la vida.
Alguna vaga y sorda trepidación del suelo
rompe la paz augusta que en el silencio anida,
y la lujuria humana, perennemente en celo,
transita por las calles de la ciudad dormida.
Ecos, roces, rumores... Nada apenas que turbe
el tranquilo y sonámbulo reposar de la urbe;
y todo este silencio de noche sosegada,
en donde se adivinan angustias y querellas,
es el dolor oculto de la ciudad callada
¡bajo la indiferencia total de las estrellas!
El Campanario del silencio
Yo tuve un campanario monumental, en cuyas
campanas di la música de mis anhelos nobles;
aleccioné mis bronces en risas de aleluyas,
ángelus melancólicos y lágrimas de dobles..
.
Después la irremediable necesidad del toque
forzó el pregón metálico de mis impulsos bajos;
y de mi torre a vuelo, con el continuo choque,
saltaron las cansadas lenguas de mis badajos...
Y hoy sufro de mis versos volteando en el silencio,
campanas mutiladas; no más que yo presencio
la danza de mis bronces en ímpetu insensato;
y oigo -- bajo mis sienes -- inexorable y rudo
clamar, en un glorioso vértigo de rebato
¡el toque inverosímil del campanario mudo!...
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